De un tiempo a esta parte, vengo escuchando más de un comentario cinéfilo que, sin molestarse en articular una verdadera crítica, simplemente desprecia la película de 1998 Shakespeare apasionado (en inglés, Shakespeare in love), en la que Gwyneth Paltrow se disfrazaba de varoncito para actuar en una obra de William Shakespeare. A estas alturas, la película ya pasó a ser una pesadilla del videocable, que se repite cada quince minutos en tres canales diferentes.
A mí la película me gusta mucho y cada vez que la encuentro en la televisión (como dije, muy seguido), me quedo mirándola un rato. Pero mi idea ahora no es defenderla, sino hacer notar un detalle que comprendí no hace mucho. Fue cuando escuché a alguien que decía algo como: “Esa historia de amor es horrible y Joseph Fiennes es de madera”. Probablemente sea verdad (lo que es seguro es que es una historia de amor cursi, lo cual de por sí no quiere decir nada), pero de lo que me di cuenta entonces es de que para mí Shakespeare apasionado no es “esa película romanticona” y de que me gusta prácticamente a pesar de esa historia de amor.
Y eso es lo raro, porque Shakespeare apasionado no es una película coral ni mucho menos. Es una historia de amor. La historia de amor lo cubre todo. Pero yo de lo que me acuerdo siempre es de pequeños momentos, frases, escenitas. Para mí Shakespeare apasionado es una comedia llena de grandes diálogos como “Lo que la gente quiere es una historia de amor y un perro” o cuando Shakespeare dice “Mercucio, qué buen nombre”. Básicamente, cualquier momento en el que Geoffrey Rush aparece frente a la cámara.
Es posible que sea por eso que, cuando la encuentro en el videocable, nunca veo la película entera, sino solo pedacitos: no sé si me gustaría verla toda entera y de un tirón (calculo que sí). Lo que es seguro es que esos momentos me siguen fascinando. No sé por qué, pero es así. Y creo que esos momentos son suficiente para defender la película.
Uno le puede pedir muchas cosas al cine: que te cambie la vida, que te haga olvidar la vida, que te divierta un rato, que te consuele. Lo que sea. Pero hay un cierto tipo de películas generalmente modestas (no sé si Shakespeare in love fue concebida como una película modesta, creo que no, pero su destierro a los callejones de la televisión ciertamente la ha devaluado) en las que uno puede entrar y sentarse como en el sillón de su casa. Estas películas suelen estar construidas a partir de sus personajes secundarios (el de Geoffrey Rush sigue siendo uno de mis favoritos). Uno las ve una vez, las ve infinidad de veces. No cambiaron la historia del cine, probablemente no le hayan cambiado la vida a nadie, pero siempre es bueno volverlas a ver.
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