En lo personal, creo que el cine tiene la desventaja de carecer de una encarnación. A diferencia, por ejemplo, de los libros, no tiene un cuerpo fetichisable. El cine no entra en nuestras vidas, no comparte un espacio con nosotros y por tanto es imposible establecer una relación física de convivencia con él.
Si bien el cine tiene una encarnación en celuloide, comprarlo, almacenarlo y proyectarlo es algo tan complejo y caro que está fuera del alcance de la mayoría de los espectadores. Los nuevos formatos digitales (y antes, también, el VHS) permiten una cierta materialidad: hasta hace no mucho, la inmaterialidad del cine era aun mayor. Solo se podía ver en salas y cuando quisieran proyectarlo. De ahí el tradicional culto a la memoria cinéfila: el intento meticuloso y siempre vano de intentar recordar cada plano, cada sección de cada plano, cada secuencia, cada melodía, cada color. Ese terrible y perdido arte de almacenar, recordar, pensar un poco. Cosas que hoy están en desuso.
Con el VHS y el DVD tenemos una puerta más accesible. Sin embargo, nunca se puede pensar realmente que la película “es” ese objeto con el que convivo (pilas de DVD polvorientos). El DVD no “es” en mi mente nunca la película, es apenas un soporte. Y un soporte muy poco fiable. El DVD es descartable; el cine, no. El DVD transporta el cine, pero nunca lo encarna. Se raya de nada, mi lectora ya no lo lee, se desactualiza. Del mismo modo que el VHS se iba viendo cada vez peor. Nunca podría creer que ese disquito de plástico “es” la película que veo, por lo menos no de la misma forma en que siento que ese libro que junta polvo en mi biblioteca “es” la novela que leí.
A lo sumo, el cine con su formato DVD (y ni hablar si penamos en las películas digitalizadas, que vuelan por el aire, se transportan en un chip, se “bajan” de la red) lo que hace es condescender a una manifestación momentánea, pero siempre con la condición implícita de que nunca podremos poseerlo. Se deja ver pero no atrapar. Esto viene a tono, creo, con la obsesión tan cinematográfica de apresar lo efímero. Y también en cierta forma con ese costado en el que la cinefilia se toca con la necrofilia, con la obsesión por algo que no está, que no puede tocarse, que deja de existir en cuanto lo buscamos. El cine es efímero no por su relación con el tiempo (imágenes que se mueve), sino por su relación conflictiva con el mundo real (material) en el que nos movemos.
Ya lo dijo W. Benjamin: el cine es un arte en el que no hay original, solo copias. ¿Dónde existe el cine? El cine no existe. Ni acá ni en ninguna parte. Cada tanto se aparece (gracias a la tecnología, con más frecuencia y según nuestra voluntad), pero nunca responde a nuestro designios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario