Si tuviera que crear (un poco al modo de Rabelais, cuando al final del Primer Libro del gran Gargantúa creó la Abadía de Theleme, una abadía ideal) una escuela de cine ideal, sobre el dintel de su puerta escribiría la frase: “Usted no es un autor”.
En cine la noción de “autor” se tomó, evidentemente, de otras artes y, creo, fundamentalmente de la literatura. Retrotraigámosla por un momento a su punto de origen. Nadie dudaría, en la literatura, de que cualquier obra (por mala que sea) tiene por detrás un autor. Alguien escribió esto que leo (aun en el caso de que no pudiera saber yo quién es). La obra no vale porque expresa un yo (atrás quedaron, loado sea Dios, los tiempos del romanticismo más exacerbado), vale simplemente por lo que vale. La expresión del yo es casi un efecto colateral. Lo importante es si la obra es buena. O no. Después uno podrá profundizar, si tiene un interés particular por el autor, en sus otras obras para indagar en las constantes, las variaciones, las obsesiones, los ecos que agregan nuevas capas a nuestra lectura. Pero tiene que haber primero algo ahí que podamos leer. Algo más que histeria y egocentrismo. El cine, mal que les pese a los fans del cinearte, responde siempre a un autor, que puede o no tener características más o menos idiosincráticas y reconocibles. Puede responder de la forma más estricta a los parámetros y convenciones de su época y tender a desaparecer. Puede ser un autor malo o, más neutro todavía, un autor torpe. Pero individualidad no equivale a calidad.
Por supuesto, detrás de toda gran película habrá siempre alguien que sabe lo que hace. Un buen (o gran) director. Punto. Entrar en los laberintos secretos que componen el entrelazamiento de la obra de un director es una opción. Pero no es un requisito.
El vaciamiento de la subjetividad de la sociedad de hoy produjo como reacción (alérgica) un exacerbado (y exagerado) culto de la individualidad. Un culto paradójico, vacuo, superficial hasta extremos puramente comerciales. Todavía me acuerdo de una publicidad cuyo eslogan era, parafraseando más o menos, “Diferenciate de los otros, bajá un ringtone nuevo para tu celular”. La subjetividad reducida a un ringonte.
Sin embargo, ese culto de la individualidad es absurdo. El ser humano sigue siendo (como fue siempre) un ser individual. La subjetividad (en arte, al menos) es un supuesto. No es de extrañar, entonces, que una película responda a una subjetividad. La expresión del yo no es el objetivo (para el espectador al menos, y, creo, tampoco debería serlo para el director). La pregunta no es si la película expresa o no un punto de vista único y novedoso (a estas alturas, lo novedoso no basta), sino simplemente si es o no interesante.
Hoy en día se habla de “cocina de autor”. Ya no puedo comer un plato de ravioles de calabaza y rúcula sin tener que pensar que por detrás hay un chef que con su experiencia ha creado un plato de ravioles. A mí me gustan los ravioles, nomás. Y si son buenos, mejor.
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