La revista cultural Ñ publicó un número especial dedicado a las “palabras que cambiaron el cine” o que están cambiando el cine o que van a cambiar el cine. No me interesa discutir esa lista, pero sí hablar sobre lo que se escribió entorno al 3D.
Los dos artículos hablan en particular sobre Avatar, justo en la semana en la que en Buenos Aires se reestrenó la película con algunos minutitos extra. Ambos textos (uno firmado nada menos que por J. Hoberman) atacan el 3D o señalan por lo menos sus peligros. Primer hecho curioso: en la revista se publican dos textos, ambos en contra del 3D, ambos con un tono ligeramente (o no tanto) snob que parece dar por supuesto (al igual que la revista toda) que no es necesario hablar de las posibles bondades de la nueva tecnología porque el efecto se identifica plenamente con un éxito masivo que solo se puede explicar por la estupidez de quien se deja llevar por la emoción de la novedad. Estos textos resultan interesantes, sobre todo, en la medida en que reflejan (o repiten) ideas que circulan entre los “círculos” desde hace, digamos, dos años.
Una cosa que me llamó la atención es que Hoberman se dedica en su texto a reflotar la historia del 3D en el cine. En efecto, esta no es la década en la que se inventó el efecto estereoscópico ni mucho menos; las fuentes hablan de experimentaciones centenarias. Ni siquiera es la primera vez que la gran industria intenta imponer el 3D como novedad impulsaboleterías. Hoberman quiere dar a entender, con este recorrido histórico, que la primavera 3D que estamos viviendo es solo otra etapa en un intento vano y vacío de la industria por imponer un juguetito que distraiga al espectador desprevenido. Pero hay dos aspecos muy importantes que parece dejar de lado.
El primero es que la tecnología 3D que se ha instalado hoy no es la misma que hace cien años, es radicalmente diferente. Desde esas primeras experimentaciones hasta los parques de diversiones a principios del 2000 con cines 3D, el efecto había sido más o menos el mismo, pero el 3D de hoy nació fundamentalmente con la animación digital (es decir, un formato completamente nuevo) y se afianza con Avatar a través de una tecnología nueva. No es lo mismo el efecto con el que alguna vez llegó a filmar Hitchcock que el que usa Cameron y ni hablar Pixar.
El segundo aspecto que no menciona Hoberman es que, junto con el 3D, la industria ha intentado imponer diferentes cambios formales que terminaron triunfando y sin los cuales el cine no sería lo que es hoy. Vamos a lo básico: el sonido sincronizado, el color, el ancho de pantalla, el sonido Dolby, etc. ¿Qué quiero decir con esto? Que junto con el intento frustrado de imponer el 3D, la gran industria supo imponer el cine sonoro, grande, colorido, de sonido envolvente que tenemos hoy. Y cada vez que se dieron esos avances, hubo voces que salieron (con un ligero y no tanto tono snob) a lamentar este avence tecnológico que venía a arruinar un arte ya establecido y autosuficiente, y que no aportaba más que un efecto idiotizante para las masas. Hoy puede resultar difícil imaginar a alguien quejándose porque las películas se producen con sonido sincronizado y podemos escuchar las voces de los actores (en lugar de leer sus parlametos en intertítulos o simplemente desconocerlos); esas personas existieron y tenían sus razones.
Es cierto, como dicen, que muchos de los productos 3D que se han hecho en este poco tiempo no eran gran cosa (la primera película de estas que vi fue Monstruos vs. Aliens), pero eso no es argumento. También ha habido grandes películas que no solo aplicaban el formato 3D, sino que además le daban un sentido fundamental (desde Avatar hasta Coraline y la puerta secreta y Up, por mencionar tres películas hechas con técnicas completamente diferentes). Un elemento nuevo requiere un tiempo en el que la industria logre dominar las nuevas variables. Por otro lado, la gran mayoría de lo que se produce en 2D (como en todo) tampoco es gran cosa. La diferencia es que cualquier cosa en 3D lleva mucha gente a las salas, y eso parece ofender a unos cuantos.
El único argumento más o menos lógico que parecen esgrimir los contra3D es la idea de que la nueva tecnología tiene el efecto de concentrar la atención en la imagen/espectáculo, en detrimento de otros elementos. Primero, eso no es cierto. Segundo, si lo fuera, ¿cuál sería el problema? ¿Quién dice que una película es mejor por ser narrativa, que el cine no puede ser también una exploración visual? ¿Quién sabe cuáles son los límites de lo que se puede explorar con una herramienta nueva? ¿Por qué menospreciar la exploración antes de que ofrezca resultados?
En definitiva, lo que me molesta soberanamente (más allá de la defensa puntual del 3D) son los ejércitos de intelectuales dispuestos a saltar frente a la primera provocación en defensa de un arte ya cerrado. ¿Cuál es la idea?: ¿para qué innovar si ya está todo muy bien? Que hayan visto una película hecha con tecnología 3D que no es buena no quiere decir que toda una dimensión de la imagen sea desechable. Que ellos no puedan imaginar una función estética para un elemento nuevo no quiere decir que este no la tenga, aunque más no sea de forma potencial. Si fuera por los “defensores del arte”, seguiríamos viendo películas mudas.
Gracias a Dios, el cine, arte industrial, responde todavía a los pedidos del público y no a las opiniones de los “especialistas”. Con todas las desgracias que eso supone.